Aquello funcionó cuando era pequeño…o más bien parecía funcionar. Aprendió a ser recompensado por su buena conducta y paso a exigir ser comprado para mostrar que podía acatar las reglas del juego. Hubiera bastado transmitirle que era competente, hubiera sido suficiente con hacerle sentir que creían en él y lo valoraban, hubiera funcionado combinar “ciertas recompensas externas” con amor, elogios, estímulos y afecto físico…con el fin de darle un pequeño empujón para que pudiera aprender a “disfrutar haciéndolo bien”. Tan simple como eso.
Al fin y al cabo la tarea principal era que aprendiera a que la realización de ciertos logros lo podía estimular y hacerlo feliz. No se trababa de enseñarle a desear tenerlo todo para disfrutar de la vida…él ya tenía la vida para disfrutarlo todo. Y no hay peor desastre que anticiparse a los deseos de los hijos evitando su desear. Pero sus padres veían que comprándolo con unos billetes mejoraba su mala conducta y en vez de recompensar sus puntuales “buenos comportamientos” prefirieron sobornar para conseguir objetivos.
No supieron ver que su hijo mostraba una seria falta de motivación por casi todas las cosas que lo rodeaban y necesitaba ocupar su tiempo para distraerse en “otros menesteres". Tampoco pudieron percibir la baja estima de su hijo para sí mismo…un autoconcepto muy negativo aunque pudiera parecer todo lo contrario…una percepción de aquel niño de que la culpa de sus fracasos en sus relaciones la tenían todos menos él mismo…por lo que tenía que defenderse agrediendo ante “falsos ataques”. Y tampoco supieron reconocer a tiempo que la disciplina familiar era laxa, que la indiferencia y hostilidad de los propios padres y la escasez de tiempo libre compartido estaban haciendo mella en aquella criatura.
El soborno se asentó en la vida de aquella familia, formaba parte de la convivencia y las relaciones personales entre los miembros de aquella casa…y las ofertas para detener su mal comportamiento iban aumentando su valor material. Es por esto que...llegó a ser la única manera capaz de conseguir que hiciera algo constructivo en su vida. Pero todo tiene un límite y la apuesta de aquel niño fue subiendo hasta que no pudieron cumplir sus deseos materiales, hasta que les fue imposible pagar la cuota y abandonaron cualquier intento para lograr desatar el nudo que ellos mismos habían construido. Casi era recompensado antes de poder demostrar su capacidad de seguir las reglas…y su cambio ya no le nacía por dentro…ya no se sentía motivado para comportarse adecuadamente si no era bajo pago.
De padres que sobornan…hijos que chantajean. El niño fue creciendo y seguía funcionando bajo unos parámetros “más o menos correctos” a base de ser sobornado. Empezó a chantajear emocionalmente a sus padres y lo que fue peor…se convirtió en recaudador de impuestos en los pasillos del colegio. Cobraba a los niños más pequeños para no meterse con ellos, pero en realidad los mentía ya que parecía satisfacerle sembrar el miedo y el pánico entre los que aparentemente poseían menos fuerza que él y se encontraban indefensos. Un día era una galleta y al siguiente el paquete entero…a cambio de una promesa que se llevaba el viento. Fue descubierto gracias a que un niño lo contara en su casa, ya que a él llegó a pedirle dinero…y el miedo no fue un muro para que suplicara auxilio entre los adultos. La advertencia llegó donde debía llegar gracias a unos padres que informaron al colegio de la existencia de aquel problema. Inmediatamente después…se descolgaba el teléfono para tratar de pedir colaboración a aquella familia, era la única opción para tratar de resolver un problema que había ido creciendo poco a poco y alcanzaba una magnitud de grandes dimensiones. La respuesta a la llamada del colegio dejo fríos a sus profesores…al escuchar por boca de aquella madre que “no se la volviera a llamar para advertirle del mal comportamiento de su hijo”. No quería que nadie la molestara con algo que en el fondo conocía muy bien pero que era incapaz de solucionar. Quizás ella intentó protegerse a sí misma, negándose a participar y colaborar para que su propio hijo se fuera enderezando. La cuestión era que ya había echado la toalla. Y abandonaba absolutamente su labor…una labor fundamental para la mejora de la convivencia en el centro. Poco se podía hacer por aquella criatura en semejantes condiciones…y ¿dónde quedaba la integridad de los demás?
La indisciplina habitualmente no se debe a una cuestión individual de quien infringe las normas, sino a la forma de gestionar la disciplina, una gestión en la que todos los agentes educativos estamos implicados. Por eso…si falla una pata de la silla…esta cae y se parte irremediablemente. Debemos sentarnos a analizar las posibles causas que llevan a un alumno a transgredir las normas…para que podamos actuar ante los comportamientos denominados indisciplinados. Yo diría que hay tres posibles causas que conducen a alguien a ir en contra de las normas.
Puede ser que el niño en cuestión “no conozca las normas”. Analicemos entonces si realmente las pautas que rigen nuestra convivencia se viven, se hacen propias, se defienden y se cumplen.
Puede ser también que “el niño conozca las normas, pero las infrinja porque no las comparte”. Debemos entonces cuestionar la naturaleza de la misma norma, una norma que no funciona…bien porque no vaya acorde a la situación, bien porque sea vista como algo impuesto o bien porque se ve ajena a la propia persona. Deberemos adecuar la utilidad de las normas que guían la convivencia de quienes comparten algo juntos.
Puede ser también que “el niño conozca las normas pero sabe que no siempre hay que cumplirlas”. Si hacemos caso omiso al incumplimiento de determinadas normas, servirá para que los niños aprendan que no siempre tienen por qué seguirlas.
Sobornar no educa…ni es efectivo. Sobornar condiciona o amaestra y…manipula, ya que el premio...es usado para obtener resultados inmediatos. ¿Cómo es posible intercambiar conductas por bienes? La buena conducta debería ser alentadora para todos. Los niños necesitan saber que su buena conducta marca una diferencia. Ellos necesitan tener placer al hacer lo correcto.
Si son adiestrados en hacer las cosas para obtener ganancias, y no por el hecho de que son buenas en sí mismas, estamos aniquilando su motivación para hacer lo que deben y estamos al mismo tiempo fomentando en su ser una conducta reactiva, sin pararse a reflexionar, comprender o decidir.
Todos podemos cometer el error de sobornar “puntualmente” a nuestros hijos…prometiéndoles premios materiales para que hagan lo que creemos que deben hacer. El mejor premio no obstante es el que no cuesta dinero, el mejor premio no es una cosa…viene envuelto en un papel muy especial…el afecto emocional. Por eso no debemos confundir las recompensas con sobornos. Las recompensas o refuerzos sociales sinceros tienen un impacto enorme, que a su vez refuerza su propia estima. Y los niños no deben quedarse con la idea del premio como un fin en sí mismo, deben entender el valor de las conductas aprendidas.
"Nuestra conducta es la única prueba de la sinceridad de nuestro corazón”.
Charles Thomson Rees Wilson
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