Recorro la casa, observo las estanterías de las habitaciones de los niños, en un intento de hacer un inventario mental de todas las cosas que en su día fueron adquiridas…bien por Navidad…bien por celebrar que mis hijos cumplían un año más. Me encuentro con estancias llenas de cosas, gustosamente me pondría a seleccionar las que ya no se usan, o quizás casi nunca se usaron…porque llenaron en su momento el apetito juguetón de los niños, pero no lo saciaron. Se aburrieron del juguete con demasiada rapidez…”no fue bien seleccionado” pienso y sin embargo, siempre fui fiel a lo que ellos demandaron. De alguna manera, la apertura del envoltorio que los contenía no provocó en ellos el suficiente asombro, eso que llamamos emoción desmedida de gran trascendencia personal, ese sentimiento de admiración por lo que contiene una caja, esa elevación del alma frente a algo que a uno le supera.
Una energía eólica que surge en mi interior, me transporta hasta mi niñez, de la que tengo recuerdos preciosos. ¡Cómo no recordar las horas que pasé con aquel radio casette que me regalaron por Navidad! En él reproducía una y otra vez, el único cassette que tuve durante casi un año y jamás me aburrí. Con aquel aparato y una cinta de grabación, me inventaba historias que después escuchaba, o convencía a mis hermanos para hacerles una entrevista y grabarla para escucharla después. Imaginación, creatividad, ingenio, entretenimiento constante, risas, juegos interminables en mi habitación…¡Y mi primera máquina de escribir, el día que hice la comunión! Cuantas páginas habrán rodado por aquel rodillo, cuántas veces deslicé mis dedos por sus teclas, cuántas veces jugué a imaginar que era la secretaria de una oficina…Ahora entiendo, porqué aquellos regalos me hacían disfrutar tanto, porque conseguían que yo realizara diferentes tareas con el corazón, y al hacerlas mías propiamente dicho, lograban que mis pilas interiores se pusieran en marcha, nacían desde mi interior. No era el juego en sí quien se ponía en marcha al accionar un botón, era YO quien encontraba la motivación para ponerme en acción.
Y como nuestros estantes no estaban tan llenos de cosas, a veces jugábamos al “Tapamantas”…¿Sabéis cómo se jugaba? Nos reuníamos un grupo de amigas, una de ellas salía de la habitación y el resto debía esconderse, algunas se escondían debajo de la manta, contorneando los cuerpos en formas diversas para que la persona que había quedado fuera de la habitación, no descubriera fácilmente quien o quienes estaban debajo de aquellas mantas sólo con el tacto…O jugábamos a Tarzán y Jane, imaginando que la habitación era la jungla e inventando diálogos que interpretábamos con entusiasmo. O…a veces con un simple bote o lata nos entreteníamos jugando al "bote bote”…Tardes enteras, sin apalancarnos siquiera un rato, interrumpidas por la llamada de la amatxo desde el balcón, anunciando que empezaba la serie de “Con ocho basta” en uno de los dos canales de la televisión.
Tan pocas cosas pero tan bien saciados, tan satisfechos, tan…NIÑOS. Sin embargo, como decía el principito “Todas las personas grandes han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan”.
Avanzo unos cuantos años, hacia adelante, y todavía puedo visualizar cómo sacaban mis hijos las cazuelas de los armarios de la cocina y jugaban con ellos…cuantos baños en la bañera, donde los muñecos de Play Mobil, o la tribu de indios y vaqueros flotaban en el agua…mientras que mis hijos hablaban solos, imaginando conversaciones entre aquellos hombrecitos de diversas formas, que bajo la mirada adulta no dejan de ser objetos de plástico inertes…pero las mágicas manos de los niños pueden hacerlos vivir. Y yo…no quería interrumpir aquel maravilloso momento de juego tan concentrado, inventado por ellos…detrás de la puerta observaba con placer su momento de diversión. Aprendieron manipulando y experimentando cuáles de sus muñecos perdían el color si se mojaban, cuáles eran tan pequeños que al quitar el tapón del desagüe podían desaparecer para siempre,…INVENCIÓN Y DESCUBRIMIENTO. Aprendieron quizá también que echando una cartera al inodoro…en fin…puede que aprendieran a que el adulto se enfadaba mucho con aquello. Ahora sonrío cuando entonces no lo hice. Esos otros momentos en los que disfrutando de la naturaleza se dedicaban a cazar renacuajos de los ríos e introducirlos en un bote lleno de agua, para observar su comportamiento y soltarlos después. Todavía ahora lo hacemos de vez en cuando y ver cómo gozan con ello, sacia el alma de quien pueda observarlos.
No obstante, esas estanterías llenas de juguetes luminosos, con sonidos estridentes, estanterías que contienen quizás demasiados juegos electrónicos…encienden un poquito mi semáforo emocional. ¿Mis Reyes magos son #vagos? ¿Conocen, manipulan y atraen más a mis hijos las fábricas de juguetes que yo? ¿Cuál es mi postura ante este inminente hecho? ¿Qué hago para remediarlo? ¿Es que me voy a dejar llevar por la corriente del consumismo cuando el despertador interno me dice...
“hey, tú…¿qué haces que no haces nada para evitarlo?
Pedir, por favor a los Reyes, regalos que permitan que los niños jueguen a ser niños, y no los estimulen excesivamente porque es una responsabilidad que no podemos eludir.
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