lunes, 19 de octubre de 2015

¿Limitas o empujas?


Conocí a Carmen en un curso de formación. Congeniamos de inmediato, nuestras sonrisas se encontraron y siempre buscábamos cinco minutos para charlar antes de que nuestro formador comenzara la sesión. Me había contado retazos de su vida en pequeños capítulos. Se mostraba frágil, dubitativa, miedosa, débil, insegura…decía estar buscando la manera de cambiar su vida…un pequeño desastre según sus palabras, que no la satisfacían.

Carmen, aquella chica dulce y tierna, era bastante consciente de sus debilidades y fracasos…no vislumbraba sin embargo ninguna fortaleza…pero lo que parecía tener claro era que una de las amenazas de su vida había sido su propia madre. Ella describía a su progenitora como una persona bondadosa, muy en el fondo de su ser…su madre había sido buena persona y había procurado toda su vida que nada faltara a sus hijos. Pero al mismo tiempo, aquella madre se había pasado la mayor parte del tiempo de crianza de sus hijos...enferma, quejosa y lo que fue peor…triste…infeliz…inconforme con la vida que le había tocado vivir. Carmen no sabía muy bien si su madre se había inventado sus propias enfermedades o si ella misma las había creado…el caso es que casi desde pequeña se vio en la necesidad de prescindir de lo que ella calificaba como una madre “normal” y se había tenido que acostumbrar al hecho de que un día sí y otro también…se toparía al volver a casa con una madre gruñona aunque fuera casi siempre en silencio…pero al fin y al cabo, gruñona en potencia. 

Carmen no había tenido según sus palabras una infancia fácil, pero tampoco le fue bien en su etapa adulta. Llevaba casi ocho años viviendo sola en su casa con una hija a la que adoraba y luchaba por no repetir el patrón que ella había mamado. Se maltrataba a sí misma diciendo que era una calamidad…que se proponía muchas cosas pero que no era capaz de cumplirlas. Que no podía ni siquiera invitar a nadie a su casa por lo desordenada que era…no quería compartir aquel caos doméstico con nadie y prefería lamentarse de sus errores antes que subsanarlos…ya que no se veía con la suficiente determinación para poder hacerlo, para poder hacer un “borrón y cuenta nueva” y empezar a sujetar con firmeza las riendas de su vida.

Así que, se dedicaba a contemplar y admirar a las personas que ella calificaba como “valientes” y “decididas"…o por lo menos a los seres humanos que ella clasificaba como autónomos e independientes y repetía que quisiera ser como aquellas personas que agarraban al toro por los cuernos y se enfrentaban a las adversidades con tesón, con energía y con responsabilidad. Llegó a la conclusión de que parte de lo que le sucedía era responsabilidad suya, pero le faltaba voluntad para dar un giro a una vida gris cuyo reflejo en el propio espejo de su alma se veía muy fea…siempre caía en el abismo del “yo no puedo ser como ellos” y la espiral de la constante negatividad la terminaba engullendo hasta hacerla desaparecer del mapa. A veces resurgía para hacer amago de un intento de supervivencia…pero volvía al mundo oscuro que al fin y al cabo se había convertido en su zona de confort, un mundo subterráneo donde podía refugiarse para que nadie le hiciera daño…uno de sus grandes temores…una angustia que había grabado en su mente hasta el punto de sentirse esclava de una realidad contradictoria…en su búsqueda por sentirse abrazada por quien la amara, pero en el intento de mantener su escudo en alto para que nadie entrara demasiado profundo en su existencia…para no tener que vivir ningún dolor, no al menos si ella podía evitarlo ya que se explayaba conmigo de que el sufrimiento que padecía ya casi colmaba su copa y no podía permitirse el lujo de añadir una sola gota de angustia porque se arriesgaba a perder el poco control que le quedaba.

La historia de Carmen me recordó una artista francesa llamada Louise Bourgeois. Puede que no la conozcas por su nombre, pero quizás te sea familiar alguna de sus obras…como la Maman o araña gigante que se exhibe al lado del museo Guggenheim de Bilbao. Si la has visto seguro que no te habrá dejado indiferente…una araña de bronce, mármol y acero inoxidable de casi nueve metros de altura que dicen que la escultora, pintora y dibujante...esculpió en homenaje a su propia madre. Su obra titulada Maman (mamá) simboliza de alguna manera la sobreprotección ejercida por su madre como “la araña que teje el nido”…donde sus hijos se crían y están libres de peligros. Pero también se podría decir que las mismas patas de la araña se asemejan a arcos góticos que podrían funcionar como jaula o guarida protectora de una bolsa llena de huevos que están pegados a su abdomen.

Madre protectora…y depredadora al mismo tiempo…araña que utiliza la seda para fabricar el capullo como para cazar a su presa…una araña que provoca miedo por su inmensidad…pero al mismo tiempo transmite vulnerabilidad al estar equilibrada sobre unas patas ligeras…que parece que pueden caer y romperse en pedazos.

Todo esto me da que pensar…me lleva a recordar que nosotros mismos fuimos condicionados por nuestros padres y la historia se repite con nuestros hijos. Los mensajes que recibimos de nuestros padres tuvieron mucha influencia en nosotros, puede que aún la sigan teniendo…así como los mensajes que lanzamos nosotros sobre los niños…ya que ellos al ser pequeños lo tragan todo. No te digo que haya mala intención detrás de las palabras que emitimos. Siempre he pensado que la mayoría de los padres actúan pensando que lo hacen por el bien suyo y el de sus hijos, aún a riesgo de equivocarse. Nadie dijo que tuviéramos que ser perfectos, piensa que nosotros mismos aprendemos cada día y nos enriquecemos en la tarea de educar…pero hoy quisiera además pedirte que busques aquellos mensajes que escuchaste de niño que pudieron limitarte como “cuidado con quien tratas” o cualquier etiqueta que te pudieron colocar…así como aquellas palabras alentadoras que pudieron dedicarte…palabras que te dieron alas para violar alto y llenarte de entusiasmo para conseguir tus propios objetivos. ¿Con qué mensajes pudieron limitarte? ¿Y con cuáles pudieron empujarte?

Y tú…¿limitas o empujas?

Te invito a que lo revises si tú quieres, te invito a que intentes diferenciar entre lo que “ves” y puedes afirmar porque es una realidad y un hecho en el que estaremos de acuerdo porque es constatable y lo que imaginas…lo que VEO y lo que IMAGINO, sujeto a mi interpretación y mi propia visión…una creación propia y una creencia personal que no tiene porque ser cierta.

Que tú lleves un pañuelo anudado a tu cuello, no significa que tengas frío…que lleves un semblante serio no implica que estés enfadado…que tu hijo tenga un comportamiento agresivo alguna vez no significa que sea una persona agresiva…Las interpretaciones que hacemos sobre nuestros hijos desde la perspectiva de padres, construyen a veces conceptos y etiquetas que a su vez construyen realidades que moldean de algún modo a nuestros hijos. El lenguaje crea realidades…es creador en si mismo. Hay palabras que matan y hieren y otras que sanan y liberan…mensajes que limitan y paralizan y otros que motivan. Nuestros niños, no tienen mucha capacidad para filtrar la información que reciben y las interpretaciones que les obsequiamos son absorbidas por ellos de manera que apoyan su desarrollo personal y sus creencias en lo que escuchan cada día.

Aquellos mensajes que tú escuchaste cuando eras niño ya fueron dichos…ya hicieron su trabajo y a lo mejor o a lo peor dejaron un poso importante en ti. Puede que quizás hayas utilizado tú alguno…pero ya sabes que siempre estamos a tiempo para pensar…para reflexionar y mejorar.  Nada está perdido si tratamos al menos de ser conscientes de que sí que podemos hacerlo…de que lo que puede funcionar sea tratar a nuestros niños como importantes huéspedes de una civilización desconocida en la que desconocen algunas cosas…pero están ansiosos por conocer. 

Te lanzo mi propuesta para que pienses si quieres en...

…cómo miras a tus hijos...
…qué etiquetas o conceptos construyes…
…cómo miras tú mismo la realidad, el mundo, la vida…¿llena de peligros o llena de oportunidades?
…cómo valoras las situaciones cotidianas…¿ves la botella medio vacía o medio llena?
…cuáles son tus creencias e interpretaciones...

…para que puedas pensar en si limitas o empujas…o si equilibras las dos cosas.

lunes, 12 de octubre de 2015

Vindictae


Leía hace poco una especie de microcuento que decía que un mono vio un pez en el agua y lo sacó pensando que le salvaba la vida. El pez evidentemente murió. Por eso y de inmediato,  pensé lo importante que es entender el mundo del otro. ¡Qué difícil resulta convivir con alguien sin comprenderlo!

La vida es relación…nosotros somos relación…dar y tomar o tomar y dar. Me viene a la mente la palabra empatía. Algunos dicen que se trata de ponerse en el lugar del otro…no me parece una definición incorrecta, sino más bien insuficiente. Podemos mirar en diversas enciclopedias la definición de esta palabra tan utilizada…”empatía es conectar con el estado emocional del otro…mental y afectivamente”…”empatía es la capacidad de sentir cómo se encuentra el otro”…”empatía es la habilidad de comprender los problemas, sentimientos y necesidades del otro”…

Busco la etimologia de esta palabra, tan utilizada en muchos de los textos que nos toca leer, tan reclamada en muchos ámbitos de nuestra sociedad. Descubro que proviene del Griego…en (dentro)…patia (sufrimiento, dolor)…”dentro del sufrimiento”. Sigo leyendo, me encuentro con un escrito que me informa que un maestro llamado Martin Hoffman habla de que un niño llora si escucha el llanto de otro niño, no lo hace sin embargo cuando los llantos provienen de una simulación hecha en el ordenador. Por lo tanto, la empatía del niño no es imitación ni reflejo, sino el sufrimiento causado por un llanto verdadero. Me invade la memoria un pensamiento, más bien un recuerdo, una fotografía con vida que me tocó ver…que reflejaba un contagio terrible entre dos hermanos gemelos en su etapa de Guardería. Uno de ellos absolutamente adaptado, el otro que no conseguía acostumbrarse a su etapa preescolar, que no paraba de llorar y llorar porque quería volver a encontrar la seguridad en brazos de su madre. Uno de aquellos niños era arrastrado irremediablemente por el otro que no podía calmar su angustia y la historia terminaba con dos niños que se miraban como “corderitos degollados”…uno de ellos sufriendo sus miedos y el otro seguramente solidarizándose con su hermano.

Me pregunto...¿Nacemos entonces empáticos?…¿es algo que debemos desarrollar? A lo mejor será que partimos de una empatía inconsciente que se desarrolla y se va haciendo consciente con el paso de los años. 

En opinión de Hoffman, maestro que te citaba antes, «es la empatía hacia las posibles victimas, el hecho de compartir la angustia de quienes sufren, de quienes están en peligro o de quienes se hallan desvalidos, lo que nos impulsa a ayudarlas». Y, más allá de esta relación evidente entre empatía y altruismo en los encuentros interpersonales, Hoffman propone que la empatía es, en última instancia, el fundamento de la comunicación.

Comprender…compartir…compadecerse…ayudar…encontrarse…comunicar…todo lo contrario que vengarse. VINDICTAE...

Venganza…esa especie de mecanismo de defensa con la que puedes asegurarte de que no se vulnerarán nuevamente tus derechos como ser humanoesa actitud de defensa para asegurarte que no sufrirás más daños…ante una situación que consideras injusta. Otra historia de tantas que se instala en mi mente…El terrible relato de Ane, cuando descubrió que su amiga le había arrebatado a su chico…adolescentes todos, personas que habían sido calificadas como “normales” antes de que sucediera aquello. Lo único que Ane deseaba era causar un dolor a su amiga, ella lo llamó justicia…pero en realidad era una crueldad que escondía su odio y rencor…no quería resarcir el daño que ella había sentido en su piel y corazón…sino hacerle un daño intencionado a la que había sido amiga suya. Ane se sentía víctima en manos de un verdugo que sólo existía en su imaginación…pero quería que la sangre corriera…porque creyó que se sentiría mejor y que el dolor de la que le había usurpado al chico que ella le gustaba aliviaría su propio sufrimiento. Por eso entró en casa de la “ladrona” y rompió las fotos que ella conservaba de su padre…fallecido meses atrás. La despojó de los únicos recuerdos que poseía de su progenitor…hiriéndola de muerte…le lanzó la flecha directa al corazón.

Siempre nos preguntamos por qué ante situaciones similares las personas actuamos de formas diferentes. Ane no pudo con su rabia, habría que retroceder hasta su infancia y ver si su hostilidad era producto de no haber sabido interiorizar la necesitad de auto regularse y controlarse, puede que nadie le mostrara como hacerlo. La pregunta que te hago a ti es si tú podrás sentir empatía por las dos protagonistas de la historia por igual, Ane y su víctima…o si por el contrario tu rabia también se enciende y apoyarías una respuesta implacable contra la “agresora”. ¿Qué me dices? ¿Cómo te quedas con esto? ¿Acaso no nos encanto a ti y a mi, la escena de la película “Gladiator”...cuando Máximo El Gladiador se levantó la máscara ante el malvado emperador en la arena, y le dijo que alcanzaría su venganza? ¿Cuántas secuencias impregnadas de venganza observan nuestros hijos?

El mundo rebosa violencia, odio, venganzas y agresiones y nuestros niños son testigos directos de ello…por lo tanto, el mundo nos enseña desde pequeños que la venganza es una respuesta ante un insulto u ofensa…y la sociedad está llena de modelos de esa herramienta llamada venganza. Salirnos de este camino de defensa es un aprendizaje de empatía y perdón. Volvemos a la EMPATÍA. ¿Sabes? No somos perfectos…ni debemos serlo, es más, no podemos serlo…aceptemos que somos seres limitados pero intentémoslo…eduquemos a los niños, dando un claro ejemplo de que nosotros mismos, como adultos que somos, poseemos la capacidad de recordar de que a veces el dolor y el odio suelen ir fusionados y lo que nos cura es “depurarnos" de esta toxicidad. La venganza es un error, es un sentimiento generado por la presunción de que se ha cometido una injusticia…un abuso…y se venga aquel que se considera una víctima. Pero, déjame que vayamos un paso más allá...pensar en vengarnos es pensar en el victimario. No podremos quizás empatizar con él, pero ¿debemos tenerlo presente? ¿debemos mantenerlo vivo? ¿dejar que la herida siga sangrando? ¿permitir que nos siga doliendo? Quizás estamos permitiendo que el pasado anule nuestro presente y que nos impida disfrutarlo. El costo afectivo me parece demasiado alto, creo que no merece la pena. 

Si bien nos sacude por dentro leer o escuchar una historia con esencia vengativa entre adultos…nos derrumba saber que puede haber niños con tendencias a “tomarse la justicia por su mano”. Así como Ane, las personas vengativas, experimentan una inestabilidad de ánimo y una enorme sensibilidad a los acontecimientos adversos. Tienen una limitada predisposición a sentirse ofendidas y enfadadas. Suelen tener conflictos con sus compañeros y dificultades para la cercanía en las relaciones. Tienen tendencia a la rumiación sobre las ofensas con la intención de tenerlas bien presentes…y meditan constantemente sobre estas…para que no se les olviden. Y mientras tanto…algo les carcome el alma y se la hace pedazos.

Al fin y al cabo…son personas con dificultades para perdonar y más allá de sentirse aliviadas cuando se vengan, sienten que su dolor se perpetúa. Nuestro mejor trabajo con nuestros niños está en ayudarles a eliminar el percibir todo lo relacionado con quien consideran dañino para sus vidas, educarlos a relacionarse con los demás de una manera sana, fortalecer sus autoestima y conseguir un contacto cero mental, que implica que sepan dejar marchar todo pensamiento negativo que siga alimentando sus ganas de venganza.

Seguro que es mucho mejor ayudarles a gestionar su rabia…que se pregunten si su reacción ante lo que consideran una amenaza no es excesivamente intensa…que aprendan a respirar y calmarse y que puedan siempre verbalizar su enfado…que lo describan, lo expresen si hace falta, sugieran posibles vías de solución y anoten las consecuencias. Al fin y al cabo…está en tus manos y las mías arrastrarlos con nuestro buen ejemplo.


Ya sabes…entre tú y yo…sigo luchando por colaborar con el objetivo de dejarles a ellos un mundo un poquito mejor. ¿Te vienes?

lunes, 5 de octubre de 2015

¡No quiero estudiar!


Me encontré con ella…una mujer entrada en años...con hijos ya mayores...autónomos e independientes. Una mujer luchadora, dinámica y activa pese a sus siete décadas…madre ella,  que había decidido vivir por y para sus hijos, olvidándose incluso de sí misma. Su objetivo además de que sus retoños encontraran la felicidad, siempre fue que ellos estudiaran…se labraran un futuro, para que les fuera posible obtener un empleo y pudieran ganarse la vida. Siempre tuvo la sensación de no haber alcanzado todos sus objetivos con el menor de sus hijos...que si bien había encontrado un buen trabajo, nunca quiso estudiar.

El día en el que tropecé con ella, reflejaba en su rostro una mezcla de sorpresa y satisfacción. Me saludó con su habitual sonrisa...pintada en un rostro dulce…su bella cara que contaba la historia de una mujer que había trabajado duro...y lo seguía haciendo. Me contó que su hijo recientemente había aprobado su acceso a la universidad...casi veinte años más tarde de lo que ella habría querido...pero celebraba que por fin aquel hijo hubiera decidido lanzarse al mundo universitario. Él había escogido la carrera de historia a sus cuarenta primaveras...iba a ponerse a estudiar, aquel hijo que tantos quebraderos de cabeza le había dado años atrás, aquel hijo tranquilo y sosegado, dócil y obediente que en silencio se negó a "hincar codos” cuando era niño, que volaba en su propio mundo cada vez que cualquier maestra trataba de explicarle algo en el aula, que parecía que escuchaba pero en realidad lo que hacía era resignarse a estar presente...casi sólo de cuerpo...ya que su mente se ausentaba buscando otras historias que le proporcionaran entusiasmo.

Obligarlo a estudiar cuando era un chico fue un empeño abocado al fracaso…él no sabía disimular por entonces su falta de interés, me consta que sigue sin poder esconder lo que siente, ni para complacer a los demás ni siquiera para que la vida se le haga menos complicada. En todo caso siempre mostró un alto interés por sus libros, por su música…y fue fiel a ellos, compañeros de viaje de los cuales no podía despegarse. Resolvía crucigramas y sopas de letras como nadie y respondía preguntas complejas de algunos programas de televisión, como ningún otro miembro de la familia...preguntas un poco complejas para el resto. Podía narrar al resto de la familia cualquier historia que previamente se había encontrado en alguna de las páginas que visitaba…y se lucía con su verborrea aunque después tuviera que recordar que su maestra indicara en el boletín de las notas de cualquier final de trimestre que él presentaba dificultades de comprensión lectora. ¡Qué poco lo habían conocido en la escuela! Era consciente de que pocos niños que lo acompañaban en las aulas podían tragar las letras e interpretarlas tan bien como él lo hacía…pero algún día alguien se daría cuenta de que le resultaba imposible concentrar su atención en la oratoria de sus maestros, tampoco pretendía hacerlo, no se había planteado fijar su pensamiento en lo que se decía en el aula para tratar de comprenderlo…y al no conseguirlo, le resultaba complicado enterarse de nada.

De alguna manera…llegó el interés por el estudio a su vida…el estudio en términos oficiales, ya que él sabía perfectamente que jamás había dejado de aprender, si bien lo había hecho por su cuenta. Fue un excluído del sistema, no culpaba a nadie…entendía que la responsabilidad había sido suya y que no había sentido ninguna motivación para luchar por ser parte de la rueda…por eso no giraba al mismo compás que algunos de sus compañeros…que reconocían a escondidas que no entendían para qué les servía todo lo que les intentaban meter en sus cabezas en la escuela. Ellos decidieron resignarse y entrar “al trapo”, mientras que él fue considerado “un caso perdido”…un niño con un problema de comprensión que se leía tomos enteros de libros que incluso alguno de sus docentes ni conocía…pero eso no contaba, eso era un punto y aparte.

Aquella madre había entendido el significado de la frase “nunca es tarde…si la dicha es buena” y estaba orgullosa de que su hijo se hubiera dejado seducir por la llama de la motivación, aunque su vida estuviera destinada a verlo cumplir cada día ante una cadena de producción en una empresa…había llegado el momento para hacerlo…para ponerse a estudiar y demostrar al mundo que era tan capaz como cualquiera.

No sé si conoces a alguien que haya expresado su intención clara de no estudiar…puede que lo haya hecho en silencio y haya pasado inadvertido en tu vida. Te diré que desde mi experiencia docente…pienso que los niños que “no quieren”, son los más difíciles…son los que más impotencia nos hacen sentir, ya que en la mayoría de los casos descubrimos que a pesar de que su nivel de cognición es alto…se niegan a ceder ante las exigencias escolares…ni tienen intención, ni vehemencia…mucho menos perseverancia. La intención es lo primero que necesitan para cualquier disciplina, la vehemencia o entusiasmo es lo que podría proporcionarles ganas de seguir adelante y la perseverancia seguramente les ayudaría a crear un hábito…pero ¡nada que ver! Sus objetivos…lejos están de parecerse a los que son determinados por los que dictan los estándares de la escuela.

Muchos son los padres y madres que ven cómo sus hijos no cumplen con sus expectativas y el viaje del aprendizaje se convierte en una tortura insana y poco productiva por el estrés que conlleva manejar los sentimientos y emociones de unos y de otros. En todo caso, creo que el punto de partida para poder comenzar a trabajar con estos niños es investigar si estamos ante vasijas que están boca a abajo, si son vasijas con algún agujero  o vasijas que contienen veneno. Un recipiente que está boca abajo, siempre estará vacío…y uno perforado, dejará que se escape el contenido. En el peor de los casos, tendremos que lidiar con un recipiente que contenga veneno…que contamine así mismo el agua. Si aclaramos nuestras motivaciones y las de ellos, habremos comenzado a sujetar las riendas para poder poner la vasija boca arriba y abierta a experiencias...dispuesta a contener diferentes aprendizajes. Insisto en que nada se logra sin la intención de hacerlo…pero debemos añadir a esta intención una dosis de entusiasmo y una práctica continua que asegure la duración de cualquier acción. Es por esto que no está de sobra enseñar a los niños a “usar la mente para aplastar a la mente” y prepararlos mentalmente para hacer algo que no les guste demasiado…aunque sé que es muy complejo, ya que en este punto entran en juego las emociones y debemos educarlos para que las gestionen adecuadamente. Y acercarse a las emociones a veces duele…y la escasa madurez atencional y emocional impide que los niños presten atención a emociones “difíciles”.

Habla y escucha a ese hijo que te expresa que “no quiere estudiar” y averigua qué es lo que le pasa…abre los ojos…nadie conoce como tú a ese ser a quien diste la vida. Interésate por todo aquello que le guste…recuerda que la disciplina jamás está reñida con el afecto…ni con el diálogo. Siempre podréis llegar a soluciones pactadas y cuando tengas la clave...

…hazlo sencillo. Ayúdale a simplificar. A menudo ven los estudios como algo mucho más complejo de lo que en realidad es. Recuerda que hay magos que salen a escena con muy pocos elementos…y sin embargo son capaces de dejar perplejos a los espectadores.

Hazlo divertido. Quizás necesite comer algo o descansar antes de ponerse a estudiar…o puede que necesite algún estímulo que le ayude a mantener una actitud más positiva. Cuando los agotamos en la consecución explícita de logros, resulta difícil asumir una actitud mental clara y no reactiva para alcanzar sus objetivos…y también dejan de divertirse.

No pierdas el sentido del humor. Recuerda que cuando lo pierdes, las cosas dejan de tener gracia.

Respecto a ti…mamá…papá…encuentra un sistema de apoyo que te acompañe a lo largo del proceso. Siempre puedes conectar con personas que estén en tu misma situación. Avanza con cuidado cuando los niños hablen de emociones dolorosas y no tengas miedo a pedir ayuda a algún profesional si algo te inquieta.



Sé que quieres lo mejor para ellos…y siempre haces lo que crees que es mejor para conseguirlo.